[Addendum #5 / 2&3Dorm#0 – “Contra la no vida”]
“El principio de rendimiento (1) que es el que corresponde a una sociedad adquisitiva y antagónica en constante proceso de expansión, presupone un largo desarrollo durante el cual la dominación ha sido cada vez más racionalizada: el control sobre el trabajo social reproduce ahora a la sociedad en una escala más amplia y bajo condiciones cada vez más favorables. Durante un largo tiempo, los intereses de la dominación y los intereses del conjunto coinciden: la provechosa utilización del aparato productivo satisface las necesidades y facultades de los individuos. Para una vasta mayoría de la población, la magnitud y la forma de satisfacción está determinada por su propio trabajo; pero su trabajo está al servicio de un aparato que ellos no controlan, que opera como un poder independiente al que los individuos deben someterse si quieren vivir. Y este poder se hace más ajeno conforme la división del trabajo llega a ser más especializada. Los hombres no viven sus propias vidas, sino que realizan funciones preestablecidas. Mientras trabajan no satisfacen sus propias necesidades y facultades, sino que trabajan enajenados. Ahora el trabajo ha llegado a ser general y, por tanto, tiene las restricciones impuestas sobre la libido: el tiempo de trabajo, que ocupa la mayor parte del tiempo de vida individual, es un tiempo doloroso, porque el trabajo enajenado es la ausencia de gratificación, la negación del principio del placer. La libido es desviada para que actúe de una manera socialmente útil, dentro de la cual el individuo trabaja para sí mismo sólo en tanto que trabaja para el aparato, y está comprometido en actividades que por lo general no coinciden con sus propias facultades y deseos.
Sin embargo —y este punto es decisivo—, la energía instintiva que es desviada así no se suma a los instintos agresivos (sin sublimar) porque su utilización social (en el trabajo) sostiene e inclusive enriquece la vida del individuo. Las restricciones impuestas sobre la libido se hacen más racionales conforme son más universales, conforme cubren de una manera más completa el conjunto de la sociedad. Operan sobre el individuo como leyes externas objetivas y como una fuerza internalizada: la autoridad social es absorbida por la «conciencia» y por el inconsciente del individuo y actúa de acuerdo con sus propios deseos, su moral y para su satisfacción. Dentro del desarrollo «normal» el individuo vive su represión «libremente» como su propia vida: desea lo que se supone que debe desear; sus gratificaciones son provechosas para él y para los demás; es razonable y hasta a
menudo exuberantemente feliz. Esta felicidad, que tiene lugar en parte durante las horas de ocio entre los días o las noches de trabajo, pero también algunas veces durante el trabajo, le permite continuar su actuación, que a su vez perpetúa su trabajo y el de los demás. Su actuación erótica es puesta en la misma línea que su actuación social. La represión desaparece en el gran orden objetivo de las cosas, que recompensa más o menos adecuadamente a los individuos sometidos y, al hacerlo, reproduce más o menos adecuadamente a la sociedad como conjunto.”
Eros y civilización, Herbert Marcuse.
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(1) Marcuse denomina como principio de rendimiento a la forma en que las relaciones sociales de producción se organizan en el capitalismo. A través de este la sociedad es estratificada de acuerdo al desempeño económico de los individuos en el mercado.